William James

"Los seres humanos, al cambiar las actitudes internas de su mente, pudieran cambiar los aspectos externos de su vida"

martes, 16 de abril de 2013

NADIE SABE LO QUE TIENE, HASTA QUE OTRO LO DISFRUTA


Maldicen la velocidad de internet, pero entran en pánico cuando se cae internet. Odian los días lluviosos, pero se asustan cuando una sequía los deja sin alimentos. Detestan cuando llega la regla, pero temen cuando no llega la regla. Aborrecen ir tantas veces a la peluquería, pero tiemblan cuando no funcionan los remedios contra la calvicie. En teoría, es como si fueran intolerantes a la lactosa, pero lloran sobre la leche derramada.
Se quejan, se quejan, se quejan y cuando por fin desaparece aquello que los indigesta, resulta que les encanta. Esa enferma contradicción es la que suelen pronosticar los profetas del pasado, embriagados por un aire de superioridad, al decir: “Nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde”.

No obstante, si esa sentencia fuera cierta, ¿qué pasa con el que pierde la memoria?, ¿sabrá que la tuvo para poder valorarla? ¿Y con el que pierde la razón?, ¿sirve de algo que haya tenido cordura en el medio de una humanidad desquiciada?

El verdadero aprecio por lo que ya no se tiene, solo lo sabe aquel que ve disfrutar su perdida en manos de otro.
Un desmemoriado sabrá que ya no tiene la llave del baúl de los recuerdos, solo si los demás se lo recuerdan. Un niño sabrá que perdió su viejo triciclo, solo si ve a su primito pedaleándolo. Un comensal sabrá que perdió la oportunidad de pedir un mejor platillo, solo si en la mesa de al lado se chupan los dedos con uno distinto. Un ex sabrá que perdió a su antigua pareja, solo si la ve en los brazos de otro; preferiblemente en la cama de ese otro.

No importa que el desmemoriado tenga un pasado para olvidar. No importa que el niño tenga una bicicleta nueva. No importa que el comensal haya pedido su platillo favorito. No importa que el ex haya sido quien decidió terminar su antigua relación, dado que ya tenía un reemplazo de menor edad y de curvas más afiladas. No importa. Lo que importa es que otro se llevó lo que estaba escriturado a tu nombre. Lo que importa es que otro encontró petróleo, en una tierra donde tú creías que nada más habían rocas. Y eso, es lo que duele.

Dejar ir a una falda pasada de moda o a una novia defectuosa no causa ningún tipo de remordimiento, sino un profundo agradecimiento que está presente en tus oraciones a Dios. Es más, es un alivio saber que alguien es feliz con tus sobras. El inconveniente surge en el momento que la falda vuelve a estar de moda o, peor aún, que le luzca mejor a quien se la regalaste; también, en el instante que tu ex hace una dieta que le da una cintura que nunca conociste o, peor aún, hace las fantasías sexuales que nunca hizo contigo, pero, gracias a tu pasada insistencia, su mente se abrió y ahora las hace con su nueva pareja.

Y tú, ¿te quedas con las manos vacías, pese a que hiciste el trabajo sucio? ¿Qué clase de justicia divina castiga al mártir? ¿Por qué Dios te da pan cuando no tienes dientes? ¿Por qué Dios te quita el pan cuando te crecen los dientes?

El balance kármico, en realidad, es perfecto. El universo te regala una bicicleta nueva, luego que dejas ir un triciclo. Pero tu ego se apega al pasado. Debes crecer, experimentar, renovar; pero tu ego desea de vuelta el triciclo, porque alguien más lo convirtió en bicicleta, sin tú darte cuenta que eso hace parte de un ciclo virtuoso.

Tu bicicleta nueva fue el triciclo de alguien más. Tu chocolate fue el cacao de alguien más. Tu Jedi fue el Padawan de alguien más. Tu cisne fue el patito feo de alguien más. Un filántropo se sacrificó para que disfrutaras de un hermoso diamante, que a él le tocó padecer en bruto. Y viceversa.

El ciclo virtuoso es tan perfecto que si tú quisieras romperlo y disfrutar a tu ex versión mejorada, ella volvería a su estado de triciclo solo para ti. Bicicleta para el resto, triciclo para ti. Por ejemplo, si dejó de fumar, ella volvería a ser una chimenea ambulante contigo.

Los profetas del pasado, ensimismados por una nueva visión, sentenciarían al ciclo virtuoso de la siguiente manera: “Nadie sabe para quién trabaja”. En cambio, yo, un simple atador de cabos sueltos, diría: “Esta noche te emborrachas y los celos te obligarán a llamarla en la madrugada, ¿cierto?”.


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